(Libro de 466 páginas de venta en Lulu y Amazón)
Sigüenza y el «sigüencismo»
Por Ramón Fernández Palmeral
Sigüenza es un personaje literario, alter ego de Miró, aunque la vida real
de Miró queda, en Años y leguas a un
20 o 30 % de verdad autobiográfica. Sigüenza, antropológicamente hablando, es
un ser reversible que vale para todo, es el avatar de Miró, quien hace el
trabajo activo mientras Miró evoca, piensa y escribe. Un avatar como identidad
virtual que escoge el usuario de una computadora o de un videojuego para que lo
represente en una aplicación o sitio web.
Un alma tímida como Miró, tenía un lado
femenino. Además es cabeza de una familia de cuatro mujeres (madre, mujer y dos
hijas), y andaba siempre justo de dinero
(la herencia del padre muerto en 1908, parece que estaba llena de deudas).
Sigüenza le supone una necesidad de evasión ética, moral y física, y no
encuentra mejor avatar que la figura omnisciente de un narrador para que,
Sigüenza, se transfigure literariamente
en Miró, y a quien Miró le gustaría parecerse.
A la pregunta de quién es Sigüenza, no se
puede responder en afirmar que es Miró, sino la búsqueda de Miró a través de
Sigüenza, que se halla en la lectura de la trilogía: Del vivir. Apuntes de parajes leprosos (1904), Libro
de Sigüenza 1917-1927 y en Años y
leguas 1928. En la penúltima línea de este libro, escribió: «Y aquí dejaré
a Sigüenza, quizá para siempre» (p.388). Como una premonición. Tuvo Miró la
fatalidad de morirse dos años después, a los cuarenta y nueve años, le faltaron
dos meses para cumplir los cincuenta.
Para conocer una parte de las andanzas de
Miró, hemos de trasladarnos al Libro de
Sigüenza, que a pesar de que en el prólogo o advertencias al lector: «No me
he regodeado formando a Sigüenza a mi imagen semejanza» p.412), al menos en el
primer capítulo sobre sus exámenes a la Judicatura, sí lo es, se presentó dos
veces a las oposiciones de la Judicatura en 1905 y 1907 y no obtuvo plaza. Es
clarificador del sigüencismo mironiano según el prólogo de Libro de Sigüenza donde escribe:
Este Sigüenza que
aquí aparece es el mismo que caminó tierras de Parcent [Del vivir 1904], recogiendo el dolor de sus hombres leprosos.
Sigüenza ha sido
el íntimo testimonio y aun la medida y la palabra de muchas emociones de mi
juventud.
Para mí, Sigüenza
significa ahínco, recogimiento, evocación y aun resignación de las cosas que a
todos nos pertenecen. De aquí que su libro puedas considerarlo tuyo. Yo te digo
que lo que en él se refiere se hizo carne en Sigüenza. No me he regodeado
formando a Sigüenza a mi imagen y semejanza. Vino él a mí según era ya en su
principio. Y cuanto él ve y dice, no supe yo que había de verlo y de decirlo
hasta que lo vio y lo dijo.
Lector: que
Sigüenza te sea tan amigo como lo fue mío, aunque no, que no lo sea, porque sospecho que tanta
amistad no habría de consentirte la grave madurez de pensamientos necesarios
para una vida prudente. Tú,
después que él te lleve por algunas comarcas levantinas y catalanas, déjatelo
en este libro, siquiera hasta que yo te lo traiga en otro, si me quedase vagar
para reunir algunas glosas y jornadas que todavía andan esparcidas, como lo
estaban las que aquí te ofrezco.
(Para la edición de Eduardo Doménech de
Barcelona en 1917).
Como escribe el propio Miró, Sigüenza
vino a buscarle a él, como un ente espiritual, para que el diera vida, a través
de la escritura, es el íntimo
testimonio, la medida, las palabras y muchas emociones.
Vicente
Ramos sugiere darnos una definición acertada:
Efectivamente: ser Sigüenza reside en un
ir constante hacia sí y hacia la Naturaleza a lo largo de un solo y mismo
camino. Pero, aquí, la dificultad y la silenciosa lucha interior. ¿Cómo es,
cómo ha de ser y vivir Sigüenza? Ahora, al cabo de veinte años lejos de la
verdad rural, “se vea con la conciencia de lo que había sentido sin sentirlo entonces
(…) Se acordaba sin recuerdo. Era una contradicción de su lírica
sustancial”».
(Gabriel
Miró, Vicente Ramos. I.E.A, 1979, Alicante, pág 343).
¿Es el Doncel de Sigüenza, quién a través
de su espíritu alcanzó a Gabriel Miró?
Joaquín Santo Matas, escribió:
Importa relatar el viaje de bodas [noviembre 1901] que en el trayecto
ferroviario entre Madrid y Zaragoza recalaron en Sigüenza [Guadalajara], sede
episcopal que seguro le cautivaría por su belleza. En una capilla catedralicia
está el doncel, Martín Vázquez de Arce, símbolo del humanismo cruzado, defensor
de la cultura y de la fe. La efigie de su mausoleo, esculpido hacia finales del
XV, aparece recostado con un libro entra las manos y la cruz de la orden de
Santiago en el pecho. ¿Se identificaría Gabriel Miró con él que simboliza la
lectura eterna y la mirada meditabunda? Digo esto porque creó una contrafigura
literaria que llamó “Sigüenza”, su alter
ego en tantas novelas Cervantes lo tuvo con don Quijote cuya ruta se cruza
con la del Cid en Sigüenza. [Capítulos XIV y XXV de la Segunda parte del
Quijote].
(30 alicantinos al servicio
de la humanidad. ISSUU, 2009, p.245)
Parece ser que Miró estuvo en casa del
Doncel de Sigüenza y en la cenotafio de Martín Vázquez de Arce, ubicada en la capilla de San
Juan y Santa Catalina de la catedral de Sigüenza en Guadalajara. (Viaje no
documentado, antes de 1902). A pesar de
su gran carrera militar, la suerte se truncó para Martín Vázquez, cuando en la campaña granadina de 1486, cerca de
la «Acequia Gorda de Granada»,
socorriendo a cierta gente de Jaén, el joven Martín, con solo veinticinco años
de edad, perdió la vida en una desafortunada batalla en las cercanías de la
ciudad nazarí.
Los cronistas contemporáneos al Doncel
narran que, mientras el ejército cristiano marchaba cerca de la mencionada
acequia, los granadinos abrieron las compuertas dejando que el agua inundara
los campos atrapando por sorpresa a los enemigos, muriendo una veintena de
hombres de las mesnadas o huestes mendocinas.
En realidad la palabra «Doncel» para
referirse a esta figura de Martín Vázquez de Arce es errónea pues cuando
falleció tendría aproximadamente unos 25 años, una edad madura, y no un joven
de entre 12 y 16 años, cuya familia debía esar compuesta por hidalgos o
caballeros cercanos a la nobleza, que es a lo que se refiere la palabra «Doncel»
y no mozo.
En cambio, el «sigüencismo», es un concepto acuñado por Miró en su artículo «El
turismo y la perdiz» El Sol, 16 de abril de 1930, publicado un mes
anterior al de su muerte. Y escribe: «Y se recibe una sensación simultánea de
pertenencia que hasta nos lleva el
sigüencismo (…) En Guadalest, tan recoleto y virgen, me esperaría todo,
hasta yo mimos a mí mismo». (Vicente Ramos,
Gabriel Miró, 1979, en p.347).
El «sigüencismo» es una profunda proyección estético-afectiva
hacia el ser, dinámica, que comienza y acaba en Miró, y que reside en una
personalísima espiritual y formal expresiva de la realidad objetiva, de su
emoción por su experiencia. Se logra cuando el escritor o la persona alzan su cosmovisión, y pierde la vergüenza o el miedo que le impedía actuar
de acuerdo con sus sentimientos, deseos o capacidades: desinhibición. Hemos de
entenderlo como una búsqueda y encuentro de sí mismo. Es un modo de unión
hipostática por vía de amor entre el hombre y la tierra. El personaje de Sigüenza unas veces es
Sigüenza mismo y otras veces es Miró, puesto que tanto sus novelas como los
cuentos o estampas no son biográficas, puesto que no comenta nada de sus
padres, mujer e hijas.
Aunque el pensamiento de todo creador
está ligado a la formación de su niñez y experiencias personales, debo concluir
que sigüencismo es la búsqueda de uno
mismo en la Naturaleza.
Para Vicente Ramos, el sigüencismo
trasciende al propio Sigüenza, mejor decir, su peculiar sensibilidad buscada en
un narrador que le puede hacer las veces de ayudante. Lo llama sigüencismo porque
es Sigüenza el personaje que, al parecer, mejor representa esa sensibilidad del
vitalismo del amor del hombre por la tierra («Sobre el hilozoísmo de Gabriel
Miró» Canalobre 50, 2005, pps
225-226).
El sigüencismo, pues, no sólo se
halla en las obras del ciclo de Sigüenza, sino en toda la obra mironiana,
porque representa la esencia mironiana por excelencia. Este sigüencismo,
además, «comienza y acaba en Miró», es decir, es una suerte de
autobiografía o autorretrato de Miró demiurgo. ¿Por qué no llamarlo entonces mironianismo?
Llámese como se quiera, la conclusión es la misma: la sensibilidad de Miró
estaría detrás de todos y cada uno de sus personajes, hasta en el rincón más
escondido de su obra.
Su sensibilidad apuesta entre el mundo y el lector, es la
clave de que se vale para decir las cosas por insinuación, pero no con menor
fuerza espiritual y expresiva. A veces Sigüenza saca valor de sí mismo, como en
el capítulo 5 de «Gitano», y se transforma en un ser despiadado al no ayudar a
los gitanos que le piden, a través de la labradora tía Vicenta, un costal de
paja, para que se recostara una mujer enferma y embarazada. O cuando prende
fuego a la sierra de Aitana por una complacencia infantil.
El Sigüenza de Años y Leguas, no es el Del
Vivir de veinte años antes ni el de Libro
de Sigüenza. Porque veinte años después ha madurado en todos los sentidos,
no le preocupa ni el tiempo, ni el medio, ni la experiencia de los demás, sino
la emoción estética y experimental en un nuevo camino de perfección en el
idioma.
Queda por investigar varias cuestiones
sobre Miró, como que no hizo el servicio militar obligatorio, gracias a la
llamada “redención en metálico” en que 1899, era de 1.500 pesetas, para no
hacer el servicio militar y librarse de la guerra de Cuba.
Otra cuestión es el affaire que tuvo Miró
con la señora Lola de Picón en Alicante, cuando vivía en plaza Ramiro, en 1914,
y se tuvo que marchar a Barcelona (anotado por el profesor Edmundo L. King) en
la introducción de la edición de Nuestro
Padre San Daniel de la CAM de 1994.
....Nota..................
El texto forma parte del libro "Buscando a Gabriel Miró en Años y leguas" de Ramón Fernández Palmeral, para el 140º aniversario del nacimiento de Gabril Miró 1879-2019.
Un texto gracias a Vicente Ramos