Por Ramón Fernández Palmeral
Oirás a un sevillano, malagueño o granadino decir
que es andaluz, o a uno de Lugo o de Orense decir que es gallego, o a un bilbaíno
decir que es vasco, o uno de Barcelona decir que es catalán; pero nunca jamás
oirás decir a un alicantino que es valenciano. Este mal trago se debe al
error del Estatuto de Autonomía al nombrar Comunidad Valenciana, denominación que
no es integradora, porque la Autonomía Valenciana debió llamarse Autonomía
Levantina, que es integradora de: Castellón, Valencia y Alicante.
El
territorio de la comunidad actual coincide en «su mayor parte» con el del
antiguo e histórico del Reino de Valencia, reino creado dentro de la Corona de
Aragón por Jaime I el Conquistador, rey
de Aragón y conde de Barcelona, que abarcó desde la reconquista de Valencia en 1238
hasta 1707 año de la derrota la batalla de Almansa, en que, con la promulgación
de los Decretos de Nueva Planta para los reinos de Aragón y Valencia sus
instituciones fueron abolidas. A finales del siglo XIX se conocía como Región
Valenciana a partir del Estatuto de Autonomía de 1982 el término de
«Comunidad Valenciana» se ha extendido y popularizado. También se usa Valencia,
aunque este último puede llevar a confusión con la ciudad y la provincia homónimas.
Las diferencias
lingüísticas en Alicante no son ni casuales ni por olas de inmigraciones, sino que
derivan del tratado medieval de Almizra
en 1244 entre las fronteras pactadas entre aragoneses y castellanos. El
Tratado de Almizra lo firmó el rey aragonés Jaime I el Conquistador y el
infante castellano Alfonso, hijo de Fernando III y posterior rey Alfonso X el
Sabio que también tenía Murcia. Por ello, media provincia al sur de Biar
(Alicante) habla castellano desde hace ocho siglos y la otra mitad al norte
habla valenciano, que no catalán. Actualmente, por la temida «contaminación política
de la izquierda» de la que tanto habla nuestro historiador Vicente Ramos, se ha
impuesto el estudio y uso obligatorio del valenciano en las escuelas y
universidades de Alicante, al menos oficialmente, pero contra natura histórica.
Por eso
digo que para una mejor y progresiva identidad regional y comunitaria de integración,
nosotros los Levantinos (Castellón, Valencia y Alicante), deberían votar en referéndum
el cambio de la denominación de nuestra Comunidad. Entre los levantinos han
surgido dos corrientes político-sociales como el blaverismo y el fusterismo.
Dos posicionamientos opuestos, porque
el blaverismo es opuesto al
nacionalismo valenciano o fusterismo que deriva hacia el pancatalanismo o
pro-catalana e integración o reunificación independiente de los llamados países
catalanes: Cataluña, Levante y Baleares. Por ello, cuando hablo de nosotros los
levantinos nos entendemos mejor de que al decir valencianos. El fusterismo deriva de la tesis del
escritor valenciano Joan Fuster (escribía en catalán) la intelectualidad y de
los universitarios de la década de los 60 por su componente claramente antifranquista,
que a su vez contagiará a toda la izquierda política a favor del pantacatalanismo
del regionalismo valenciano. Cuando Juan de la Cruz Fuster Ortells (valencianismo
su hombre por Joan) publica en 1962 su ensayo Nosaltres, els valencians argumenta las claves del nacionalismo
valenciano, y encuentra en Alicante a un gran opositor, a Vicente Ramos quien
siempre defendió en Unión Valenciana, a una Comunidad dentro de España y no
nacionalista y tendente al secesionismo como ocurre hoy día en Cataluña. En 1983 a Joan Fuster le fue concedida la Medalla d'Or de la Generalitat de Catalunya.
Por ello propongo que desde ya digamos levantinos y no valencianos.