Miguel Ángel Lozano Marco
21 de marzo 2019
Seminario-Homenaje a Vicente Ramos. Sede de la Universidad de Alicante
VICENTE RAMOS Y GABRIEL MIRÓ
Miguel Ángel Lozano Marco
Universidad de Alicante
Cuando
D. Vicente Ramos viene al mundo, en 1919, Gabriel Miró publica una de sus obras
más personales (como si no lo fueran todas y cada una de ellas): El humo dormido. Lo singular de este
libro radica en la utilización de materia autobiográfica para casi todos sus
capítulos: infancia y adolescencia, en Alicante y en Ciudad Real… Pero no es
esa su finalidad, como advierte en el prólogo:
No han de
tenerse estas páginas fragmentarias por un propósito de memorias; pero
leyéndolas pueden oírse, de cuando en cuando, las campanas de la ciudad de Is,
cuya conseja evocó Renan, la ciudad más o menos poblada y ruda que todos
llevamos sumergida dentro de nosotros mismos.
Cuarenta
y cinco años después, D. Vicente Ramos haría la edición anotada de este libro:
la única obra de Miró que editó. Pero, además, y por encima de esto, llevó a
cabo una labor de gran trascendencia: sacó a la luz, hizo emerger buena parte
de esa ciudad sumergida y nos mostró sus bellezas en los volúmenes biográficos
y en los numerosos artículos que nos fue entregando a lo largo de años.
Gabriel Miró fallece en mayo de 1930;
Vicente Ramos tenía entonces diez años y, lógicamente, por su edad, no
repararía en el acontecimiento, divulgado por la prensa. Pero lo curioso es
que, viviendo en Alicante e interesado por la literatura, no conociera el significado
de su nombre hasta que en 1936 lo vio impreso en un libro singular.
Él mismo confiesa que fue en 1936
cuando, con su amigo Rafael Azuar, interesados entonces en la obra de Azorín,
leyeron la novela Superrealismo. Se encontraron con un capítulo, el XXI,
que llevaba por título “Gabriel Miró”, y a él estaba dedicado. Fue Azorín quien
les mostró a Miró, con palabras sugerentes como estas: “Gabriel Miró; Gabriel
Miró, atento y meditativo; Gabriel Miró que es como una montaña, como un río.
Como un valle de la provincia de Alicante; Gabriel Miró, elemento geográfico de
esta tierra”. Y líneas más adelante leyeron: “La capital, Alicante, con la
banderita blanca y azul de su matrícula, es Gabriel Miró; Benidorm, Altea,
Villajoyosa, toda la Marina, es Gabriel Miró. Y la mano de Miró se ha extendido
también hasta Orihuela. Orihuela y su huerta”.
Inmejorable presentación: “Alicante es
Gabriel Miró”. Fue entonces cuando Eduardo Irles les habló del escritor, su
amigo fallecido hacía seis años, y les obsequió con un ejemplar de la primera
edición de La novela de mi amigo, que
el escritor había publicado a costa de su bolsillo en 1908. La obra, como no pudo
ser de otro modo, les deslumbró. Pero guerra y posguerra pospuso el resultado
de esa lectura, porque hasta 1943 no se encuentran documentos elocuentes. Desde
ese año hasta el de su muerte, Miró fue, en el terreno de los estudios
literarios, su principal tarea y su principal devoción: el 10 de diciembre de
ese año publica en el diario Información el
artículo “Evocación de Sigüenza”, punto de partida para una larga serie
jalonada a lo largo de su vida que alcanza correspondencia singular en sus
libros.
Es de relevancia señalar que dos años
después de ese artículo inicial, publican, por iniciativa de Ramos, Molina y
Azuar, el ejemplar único de la revista Sigüenza,
en conmemoración del decimoquinto aniversario del fallecimiento del novelista.
Ese homenaje tiene un valor histórico, al tiempo que muestra las penosas
condiciones del momento. Se trata de una publicación muy cuidada, de bella
factura, en cuya portada se destaca, con su título, la efeméride, al fecharla
de manera ostensible el 27 de mayo. Pero en la misma portada aparece, en medio
de la nómina de colaboradores, un listón negro que oculta los nombres de dos de
ellos, cuyos artículos fueron también eliminados; esa franja, como de luto,
oculta los nombres de José Guardiola Ortiz, amigo que fue de Gabriel y autor de
su Biografía íntima, aparecida en
1935 (primer esbozo de una vida y obra, marcado más por el afecto que por el
rigor); y también borra el nombre de Eduardo Irles, el archivero-bibliotecario
municipal que les dio a conocer al autor de Años
y leguas. En sustitución de ellos, aparece en esas páginas el artículo
“Evocación de Gabriel Miró”, escrito para la ocasión por Germán Bernácer, cuyo
nombre no figura entre los colaboradores. Sí vemos ahí los nombres de los más
representativos protagonistas de la cultura alicantina del momento: con Vicente
Ramos, como impulsor del homenaje, están Gabriel Sijé, Rafael Azuar, Julián
Andúgar, Manuel Molina, Enrique Puigcerver, José Capilla, Adolfo Lizón… y, por
delante de todos, el nombre de Francisco Figueras Pacheco, el gran amigo de la
adolescencia y primera juventud, en cuyo “Orto literario” evoca aquellos años,
a caballo entre dos siglos, de jovial camaradería. En el texto de su artículo
incluye la visita de dos jóvenes que acuden a él en solicitud de su
colaboración: Ramos y Molina. Y añade un dato noticioso que nos permite atisbar
algo del ambiente de la época: “Gracias a la radio local cuyos programas de
Creación y Crítica oigo con agrado, me son conocidos los afanes y la labor de
estos dos luchadores, dirigidos siempre a los más nobles objetivos.” En ese
momento evoca las visitas que Miró le hiciera más de cuarenta años atrás, y le
parece que “acaba de ceder cortesmente el sitio al joven que le admira”. Y es
que Vicente Ramos acaba de ocupar el mismo sillón que el joven Gabriel ocupara
“casi todos los días y, con frecuencia, horas enteras. ¡Cuántas cuartillas,
celebradas después en todas partes, se leyeron aquí antes que en la imprenta!”.
Desde entonces, don Vicente se esfuerza
por ensanchar el conocimiento sobre el novelista alicantino dedicando sus
afanes a reforzar su imagen en un primer libro titulado Vida y obra de Gabriel Miró, publicado en Madrid en 1955. Es el
primer libro con voluntad de alcanzar una visión unificadora del creador y de
su creación, pero adolece de un defecto que luego ha de corregir, que no es otro
que el de utilizar como fuente biográfica las obras literarias. De todos modos,
sí ha podido percibir algo fundamental como anotará en su estudio introductorio
a El humo dormido: “la biografía de
Miró solo es el anhelo y esforzado sufrir, proyectándose hacia la consecución
de un ideal de inigualable hermosura. Si hay una palabra que categorice
plenamente lo más verdadero de su vivir, tal vez sea permanencia: inalterada fidelidad, pues inquebrantables fueron su
vocación, su trabajo y su avidez perfectiva.” Exactamente: la vida de Miró es
una permanente aspiración a construir un mundo tal y como lo percibía cuando
encontraba la palabra que suscitaba esa emoción. En esa permanencia se desarrolla una obra que no va a consistir en una
suma de títulos diversos, fruto de la inspiración del momento, sino en un
organismo vivo que va desarrollándose en un proyecto dictado siempre por la
verdad que le muestra la vida, cuyos libros son partes bien definidas de ese
organismo textual en desarrollo. Miró, como bien dice Vicente Ramos, estaba
dotado de una “avidez perfectiva”; un itinerario que el escritor no cifraba en
su fin, sino en el mismo camino: “No ser perfectos nunca, para tener que vivir
perfeccionándonos”.
En 1964 aparece publicado, en la
prestigiosa editorial Gredos, lo que fue su tesis doctoral, El mundo de Gabriel Miró. Volumen
enciclopédico, totalizador, donde subordina la materia biográfica a la
descripción valorativa de la formación y del ideario mironiano, con un capítulo
central dedicado, como no puede ser de otro modo, a “La Palabra” (escrito así,
con mayúscula). Analiza el personaje de Sigüenza, uno de los más originales en
la historia de nuestra literatura, dedica un amplio capítulo a “El sentimiento
del paisaje”, y finaliza con el tratamiento del espacio levantino, los “Pueblos
y ciudades de Levante”, tal y como van apareciendo en sus libros.
Es conveniente resaltar una aportación
que no debe ignorar el lector de Miró. Se suele hablar de estatismo, en las
páginas dedicadas a los paisajes, por falta de sensibilidad o, cuando menos, de
apreciación. Miró, lo afirma categóricamente
Ramos, tiene una concepción
hilozoísta de la Naturaleza. Y así lo vemos (como hace milenios lo vieron con
lucidez los presocráticos): se trata siempre de una naturaleza animada, con un
movimiento a su medida (que no es la nuestra), recorrida por la savia que la
nutre y dotada de dinamismo, a pesar de sus raigambres (no es otra la
percepción de la naturaleza que vemos en Van Gogh). Confundimos nuestra
percepción del instante con la visión en profundidad de su estar, de su permanencia,
de su devenir.
Es necesario también resaltar un
criterio inicial: que Miró no “describe con anhelos de exactitud objetiva”. La
precisión, decía el novelista, es para las guías oficiales, para los mapas.
Para el artista, la realidad, con todas sus exactitudes, es la levadura que
hace crecer la verdad máxima, la verdad estética. Y no debemos olvidad esa
afirmación del crítico que hace justicia a las pretensiones de Miró: “debemos
rechazar -dice- cualquier fácil calificación de regionalismo”. Su Levante es un
Levante universal, cuyas fronteras son tan difusas como lo son las de la
literatura.
Buena parte de este libro está dedicada
a la riqueza y variedad del lenguaje, mostrándonos su amplitud y diversidad: el
dedicado al paisaje, a la flora y fauna, a las sensaciones, color, olor y
sonido, a los términos rurales… En este conocimiento en profundidad del
lenguaje radica la profundidad de sus textos. El arte literario depende de esa
forma: la palabra, que tiene una vida
que va más allá de quien la pronuncia y más allá del momento en que se usa. No
debemos olvidar la gran lección de Mallarmé. El gran poeta simbolista francés contaba
entre sus amigos con un pintor que tenía la intención de escribir un libro de
poesías. Un día le comunicó su propósito y le dijo que ya tenía ciertas ideas
para el libro, a lo que Mallarmé le respondió con toda la razón del mundo:
“Pero, amigo mío, la poesía no se hace con ideas; se hace con palabras”.
En 1979 se cumple el centenario de la
muerte de Miró, y Vicente Ramos publica, en el Instituto de Estudios
Alicantinos. Una estupenda biografía titulada escuetamente Gabriel Miró. El libro, según confesión de su autor, Es una
transformación de Vida y obra de Gabriel
Miró (1955), hondamente
reestructurado y dotado de nuevas perspectivas. Elimina aquellos pasajes que
dependían de la obra de ficción para sustituirlos por otros basados en la
documentación de primera mano que don Vicente ha podido reunir a lo largo de
veinticinco años. Pero ese trabajo no queda aquí; puede incorporar algo más,
añadir, completar, detallar, y en 1996 ese libro, de unas cuatrocientas
páginas, se transforma en las ochocientas de Vida de Gabriel Miró, culminación de sus trabajos, como cima, no
como final. Es ese libro fundamental al que debe acudir todo interesado en
conocer la vida y obra de Miró.
Tuve la suerte de hacer la presentación
de ese libro en el Aula de Cultura de la desaparecida CAM: momentos
inolvidables grabados con fuerza en la memoria. Aludí a una frase de Miró
contenida en una carta a Carmen Conde: “No tengo biografía, gracias a Dios y a
mí mismo. Nací en Alicante hace 48 años. Estuve interno en Santo Domingo de
Orihuela. Sigo viviendo. Entre los claros hitos de mi vida pasa todo lo que
informa las motivaciones literarias de las realidades que no me pertenecen”.
Aquí está el reto que superó Vicente Ramos: una cosa es la biografía: una
sucesión de momentos que atañe al ámbito de lo fenoménico; otra cosa es la
vida: lo sustancial, la aprehensión y comprensión de lo fundamental: aquello que
viene a constituir lo singular e inalienable del hombre y del artista. Y ese es
el sentido del vocablo vida tal y
como aparece en el título de libro.
Conservo, como pieza central en mi
biblioteca mironiana, ese volumen, ya muy trabajado, muy leído y subrayado, que
se abre con una extensa y cariñosa dedicatoria de su autor. Pero su generosidad
se mostró, aún mejor, cuando, a los dos días, recibí en mi casa, con
dedicatorias aún más cordiales, un ejemplar de Honda llamada (Colección Ifach, 1952), y otro de Elegías de Guadalest (1958). Ocupan,
como no puede ser de otro modo, lugar de honor en mi biblioteca.
Una de sus últimas intervenciones
públicas, en lo referente a Miró, fue su participación en el I Simposio
Internacional. Pronunció allí la ponencia “Las antinomias del amor, en los
primeros escritos de Gabriel Miró”. Anota allí algo que nos permite atisbar la
continuidad de un esfuerzo y el fervor que la sustenta. Debemos reconsiderar,
desde este momento, sus palabras: “Desde mis lecturas de juventud, orienté mi
atención hacia el sancta sanctorum
del egregio prosista. Por ello, tras caminar durante muchos años por esos
viales, creo que puedo afirmar la existencia de una filosofía del amor mironiana,
de cuyo carácter dialéctico he dejado prueba en algunos libros, insisto en esta
ponencia y de ello me ocuparé mañana, Deo
volente”. En ese deseo persistió, para dejarlo inconcluso, junto con esa
edición de la Obra dispersa en dos
volúmenes en la que estuvo trabajando (según confesión personal) durante los
últimos años de su vida, en los pocos momentos de que podía disponer mientras
redactaba los volúmenes de la Historia de la Diputación Provincial de Alicante.
Hay una labor mironiana que ya no
pertenece a la letra, sino a la vida cotidiana. Y esa labor tiene una fecha
inicial: El 10 de junio de 1944, en el Casino de Alicante, Vicente Ramos
interviene en un acto cultural disertando sobre Gabriel Miró. Al finalizar,
mientras recibía parabienes y felicitaciones, observó que un asistente esperaba
el momento para acercarse. Cuando llegó el momento oportuno, esa persona le
dijo, son rodeos: “¿Quiere usted hacer una biblioteca dedicada a Miró? Era don
Antonio Ramos Carratalá y el momento, de trascendencia para la cultura en
Alicante: comenzó a gestarse entonces la biblioteca de la que generaciones de
alicantinos hemos disfrutado; hoy penosamente cerrada, con toda la riqueza que
contiene. Entre ella, el legado del escritor: su despacho y sus libros, que
llegaron en 1981; y luego, siendo don Vicente Director Honorario Vitalicio, y
directora Dª Rosa Monzó, se incorporó el archivo con los bocetos de las obras
que Miró estaba redactando cuando lo sorprendió la muerte. La biblioteca la
forjó don Vicente, la forjó a su gusto, y desde el primer volumen adquirido y
registrado, las Obras completas de
Miró, los anaqueles vacíos se han ido poblando de volúmenes, colecciones,
bibliotecas donadas, adquisiciones importantes, puestas a nuestra disposición como
verdadero tesoro de conocimiento: caudal fecundo durante años, ahora estancado,
en forzosa clausura, esperando el momento para difundirse de nuevo,
benéficamente, en nuestras vidas y en las de las nuevas generaciones.