POESIA EN EL
PRIMER DIA DE LA PRIMAVERA ALICANTINA DE LA MANO DE PALMERAL CIEN AÑOS DESPUÉS
Por Julio Calvet
Memorable. Dícese de lo que
“merece ser recordado o que deja un recuerdo duradero”. Y así fue para mí, la
tarde del primer día de la primavera, un 21 de marzo, del año de 2019, en la
sede Ciudad de Alicante de su Universidad.
En el Seminario dedicado a la figura y obra de Vicente Ramos Pérez,
organizado con ocasión del centenario de su nacimiento, se habló esa tarde, por
Ramón Palmeral, Palmeral, en la mesa redonda, de la “Poesía y música en Vicente
Ramos”.
Vicente Ramos, es sin duda un
intelectual de alto nivel que ha dejado honda huella de su paso por su patria
alicantina, hijo de Guardamar de Segura, e hijo adoptivo de Alicante y
Guadalest. Nunca serán bastantes los homenajes que se dispensen a este gran hombre,
historiador, filósofo, escritor, y también poeta. Yo creo que la poesía y el
poeta, es sobre todo la sublimación del escribir: es el sentimiento que nace de
la pluma temblorosa de la mano que traduce el sentir del corazón.
Y Ramón Palmeral, que también es
poeta, ha basado su intervención en un libro prodigioso que acaba de dar a la
luz: “Hermenéutica de Elegías de
Guadalest de Vicente Ramos, y Rilke”. Y ha escrito este ensayo como homenaje
a Vicente Ramos en el primer Centenario de su nacimiento, comentando e
ilustrando su poemario “Elegías de
Guadalest” (1958). Y Ramón Palmeral, que nunca dejará de sorprenderme,
entrelaza el poemario elegíaco de Vicente Ramos, nada más y nada menos que con
las “Elegías de Duino”, de Rainer
María Rilke, el gran poeta nacido en Praga en 1875, al descubrir Ramón Palmeral
que Vicente Ramos conoció y leyó a Rilke y sus Elegías en 1955 o 1956, uno o
dos años de escribir sus “Elegías de
Guadalest”.
Praga, antigua capital de Bohemia,
es un lugar sorprendente. Visitarla es una constante sorpresa, como también escuchar los sones de sus músicas recordando
su paisaje de torres y puentes sobre el esbelto rio Moldava. Bedrich Smetana, (1824-1884), nos dejará “Mi patria: El Moldava”, “My Country/Má
vlast”, y Antonín Dvorak, (1841-1904), las “Danzas Eslavas” “Slavonic Dances”,
y la magistral, Sinfonía “Del Nuevo
Mundo”, “From the New World”. Y no parará allí el sonido de las músicas,
porque al regresar el silencio, acabaremos encontrándonos en la casa número 22 de la Callejuela del Oro,
(Zlatá Ulicka,IV-20,Hradcany), con Franz Kafka escribiendo el conjunto de
relatos publicados en 1920 en el volumen “Ein
Landzarzt”, “Un médico rural”. Pero a quien quizás no acabaremos
encontrarnos es a Rainer María Rilke. Yo me atrevería a llamarle el poeta
viajero, el escritor de un mundo sin norte. Un cosmopolita. Un habitante de
lujo en mansiones selectas. Se cuenta
que antes de la Gran Guerra, viaja a Provenza, Argelia, Túnez, Egipto, Leipzig,
Praga, Berlín, Múnich, Toledo, Córdoba, Sevilla, y Ronda. Y aquí me detengo un
instante para recordarle en la ciudad malagueña del impresionante tajo rocoso, y pensar que esta aún allí en el
Hotel Reina Victoria, escribiendo una parte de las “Elegías de Duino”, nombre de un pequeña ciudad cerca de Trieste, en
Italia y famosa también por el castillo propiedad de la princesa Marie von
Thurn und Taxi-Hohenlohe, protectora y amiga de Rilke, donde estuvo invitado, y
las cuales empezó a escribir la mañana del día 21 de enero de 1912, cuando le
vinieron a la mente las primeras
palabras de la Primera elegía: ¿Quién, si yo gritase, me oiría desde las órdenes
de los ángeles?
Diez años tardo Rilke en escribir
las diez elegías. Entre diciembre y febrero de 1913, fueron escritos en España,
–Toledo o Ronda- , los versos 1 al 13 de la Sexta Elegía.
Y a la pregunta del porqué de tan
larga gestación, quizás habrá que decir: porque los poemas de las “Elegías de Duino”, son “poesía sobre la poesía”, como ha escrito
Eustaquio Barjau. Yo diría también, un complejo misterio.
El ángel preside las Elegías de
Rilke, pero no como el ángel tradicional de la religión judeo-cristiana, ni
como mediador entre Dios y los hombres, sino como “aquel ser en el que la
transformación de lo visible en invisible que nosotros llevamos a cabo aparece
como realizada ya de un modo total”.
“Todo ángel es terrible. Y, no obstante, ay de mí,
yo os canto, pájaros del alma, casi mortíferos, sabiendo de vosotros”. Elegía Segunda)
Nos dirá el poeta de Bohemia
Rainer María Rilke.
Guadalest. Ramón Palmeral estuvo
en Guadalest en mayo de 1992 con su esposa Julia Hidalgo. Nos lo cuenta en su
libro “Buscando a Gabriel Miro en Años y
Leguas”, caminando en busca del
recuerdo mironiano, y nos dirá: una vez traspasado el túnel o Portal de San
José, “te encuentras de frente con la Casa Orduño, un palacete con puerta en
forma de arco de herradura convertido en museo de exposiciones”. Antes de
Palmeral, hasta allí subió Sigüenza, por
el “camino de aquel tiempo” en sus “Años
y Leguas”: “Una rampa por el borde de un jardín escalonado. Las rosas, los
jazmines, los nardos, sin nadie. Unas palmeras que han crecido en el claustro
de breña y el fondo de dos azules; azul celeste y azul de Mediterráneo, un Mediterráneo de urna de
consola de los señores de Guadalest”.
En 1955, Vicente Ramos,
conmocionado por el hecho doloroso del traslado de los restos mortales de su
madre y hermana, se refugia en masía veraniega de Benimantell, en el valle de
Guadalest, donde compone las dieciocho “Elegías de Guadalest”, en 1958. “Que
morir vivo es la última cordura”, del
Soneto de Quevedo, encabeza las Elegías de Vicente Ramos. Y nos dirá Palmeral
que las “Elegías de Guadalest” pertenecen al mundo de los
muertos.
En el apartado H, de su libro,
Palmeral, nos lleva a la “Definición de la Elegía”. Es para mí el centro
neurálgico del libro de Palmeral. Como un resumen del profundo análisis de las
Elegías de Vicente Ramos y de Rainer Maria Rilke. Dice Palmeral que la
definición académica es incompleta, porque una elegía está más cerca de la poesía mística que el
llanto por la muerte de un amigo o de un ser querido. Que sería su definición
más semántica: el llanto o el lamento o el remordimiento. Y rotundamente dice: “Una elegía es la quintaesencia del dolor de
un poeta para comunicar su dolor espiritual”.
Y nos dirá también Palmeral: “Más
allá del dolor ante la muerte, las elegías retratan toda clase de pérdidas que
afectan al hombre. Existen elegías dedicadas a la perdida de la ilusión o de la
esperanza y al paso de la juventud, entre otros temas que de una forma u otra,
provocan nostalgia, angustia, congoja o abatimiento en la voz narrativa expresa
desde el yo del autor”.
Jorge Manrique, (1.440-1.478),
ejemplo de paladín español, muerto en combate al adelantar a pecho descubierto
con apenas 38 años, luchando ante el castillo de Garci Muñoz, llamo Coplas a la elegía a la muerte de su
padre Don Rodrigo Manrique. 43 Coplas,
de las que 17 se refieren al elogio fúnebre de Don Rodrigo, el resto reprime su
propia pena ante el dolor universal y humano de la muerte: “Nuestras vidas son los ríos/que van a dar a la mar, /que es el
morir;/allí van los señoríos/derechos a se acabar /e consumir;/allí los ríos caudales,
/allí los otros medianos,/e mas chicos,/alleguados, son iguales/los que viven
por sus manos/e los ricos/.
Lope de Vega, el “Fenix de los Ingenios” llego a decir
que estas coplas merecían estar escritas con letras de oro. Ciertamente, creo
que las Coplas de Jorge Manrique, son la cima de la elegía como “quintaesencia del dolor” como define a
la elegía Palmeral, y que pasan de un dolor universal a un dolor particular, al
evocar la muerte de su padre.
Y con letras de oro, debería, no,
debe estar escrita, la “Elegía a Ramón
Sijé”, de Miguel Hernández: “Compuesta en tercetos en sollozos o llantos”, como
dice Palmeral: es “una composición de remordimiento y culpa por no haber sabido
restablecer a tiempo su amistad, y así Miguel le dice a Ramón en su elegía que “/tenemos que hablar de muchas
cosas/compañero del alma/compañero/”. Ramón Palmeral, gran conocedor de
Ramón Sijé, al que llamó “El
Estigmatizado”, nos lo contó bien en su biografía sijeana, de la que tanto
hablamos aquella tarde irrecuperable en la “Torre de las Águilas”, con su
querido gran amigo Gaspar Peral Baeza, muerto a sus 93 años en 2017, a quien en
su conferencia no dejó de mencionar con enorme afecto, que le hizo vibrar al
casi mudo silencio su voz emocionada.
El libro en que ha basado su
conferencia Ramón Palmeral es una joya bibliográfica. Es una edición “no venal” conmemorativa del centenario de Vicente
Ramos, de Ediciones Palmeral. En su dedicatoria Ramón me ha puesto, “Como muy bien sabes Vicente Ramos junto con
Manuel Molina y Juan Guerrero Zamora
fueron los primeros en poner a Miguel Hernández, en la posguerra en el
lugar que le corresponde”. Y es
verdad de toda verdad.
Esa tarde del 21 de marzo,
intervinieron también en la mesa redonda Doña Consuelo Jiménez de Cisneros,
coordinadora del curso, y Doña Consuelo Giner, con magnificas intervenciones
sobre la Poesía y la Música en Vicente Ramos, a quienes desde estas letras
felicito.
Bueno, Ramón, son las tres horas
de la madrugada día 23 de Marzo. Reina en el despacho de mi casa un tibio
silencio. En mi recuerdo vuelvo a escucharte otra vez tu declamación de la
Elegía de Ramón Sijé, con la grave y limpia intensidad como lo hiciste al final
de aquella tarde en que presenté mi libro “Miscelánea
en el Otoño”, vistiendo aquel acto emotivo de la gran altura intelectual
que da tu presencia y señorío.
Y ya dejo de escribir en busca del
descanso.
Te mando por correo estas letras
al que acompaño una fotografía que ese día nos hizo mi esposa Carmen Miró, que
de esta forma también queda para el recuerdo.
Un abrazo en Alicante en esta
madrugada de la fecha, como decían los clásicos, “ut supra”.
JULIO CALVET BOTELLA.
23 de marzo de 2019