|
Francisco Mas-Magro Magro.
“Vicente Ramos y los movimientos
jóvenes. El grupo Lasser”.
Vicente
Ramos es, sin duda, uno de los intelectuales más importantes del siglo XX, por
su significativa biografía académica y por su labor en favor de lo alicantino.
Concepto, que él defendió hasta la extenuación.
Es
una discusión que ha quedado zanjada y que también compartía Lorenzo Carbonell,
el último alcalde republicano, quien dijo: “Nuestro alicantinismo, ha de ser
colectivo y de dignidad, de emancipación de este pueblo, dominado por el
intrusismo que ha ido anulando su personalidad”.
En
estos días, en los que la confusión campa a sus anchas, hemos de acudir al nada sospechoso miembro de la Juventud Republicana Alicantina, ubicado en el Partido Republicano Radical Socialista.
Ramos,
como Lorenzo Carbonell, elevó el término, otorgándole una personalidad
propia, una dignidad diferenciada e
integrada en el concepto de España.
Vicente
Ramos, constituía una referencia muy atractiva para un joven, como yo lo era en
la época en que lo conocí. Un joven de veinte años, desarraigado de su tierra,
estudiante de medicina con aficiones literarias. Un joven que quería ser médico,
pero sin renunciar ser poeta.
Dejando
a un lado nuestros escrúpulos, analizamos
al homenajeado y vemos una personalidad que levantó un imperio cultural y puso
“boca arriba” la literatura, la historia, la política de nuestra tierra. Un
hombre de firmes principios que fue cuna intelectual de la mayoría de los
jóvenes, universitarios y no universitarios.
La
atracción que Vicente Ramos tuvo para los jóvenes de los años sesenta y
setenta, la afinidad que ejerció en mí, emanaba de su fuerte carácter, firmes convicciones, seriedad y reconocida bondad acogedora.
Sin
olvidar que esta atracción de Ramos para los que fuimos jóvenes en aquellos
años, fue tanto por compartir, como por no compartir, sus ideas. La
controversia intelectual que suscitaba Vicente Ramos, era una muy buena
atracción para los que, en esa época culturalmente dictada por el franquismo,
sentíamos necesidad de poder opinar.
Ahora
bien, para conseguir llegar a Ramos era necesario, previamente, dejar aparcada
la ofuscación, la rebeldía, el arrebato que un joven lleva alguna vez consigo. Y
esto lo dice una persona que entonces presumía de ser un espíritu bohemio y
algo desarraigado. Un joven, en resumidas cuentas.
No
hacía falta titulación alguna, para acceder al profesor. Ningún título especial
para llegar a su consejo. Ninguna condición para poder ser aceptado por él,
recibir su amistad o su orientación.
De
la misma forma que no hace falta ser un erudito para encontrarse con Vicente
Ramos en una mínima incursión bibliográfica.
Intentando
confirmar lo dicho, en una búsqueda simple, encontré un trabajo de Aitor Luis
Larrabilde Achútegui. Un estudio titulado, “Miguel Hernández y la crítica”. Se
trata de una Tesis doctoral presentada en la Universidad de León. 1997. En la
página 560 podemos leer.
La década de los
cincuenta se inicia con la edición de varias obras hernandianas que incidirán
en el número de estudios. Ya no sólo son amigos del poeta los autores de los
trabajos, sino colegas y exiliados espontáneos que se comunican rápidamente las
noticias que les llega de España. Las revistas alicantinas se responsabilizaron
en los años 1951 y 1952 de la difusión de tales ediciones, con Vicente Ramos y
Manuel Molina a la cabeza”.
Tras
examinar este párrafo, deducimos que, gracias a estos nuestros maestros poetas
(Ramos, Molina, Azuar, Mojica), Miguel Hernández fue creído y leído por
otros autores.
Importante
condición para un joven, que era el que os habla, cosecha de la posguerra.
La figura de
Vicente Ramos aparece, pues, como la eminente personalidad que pocas veces puso
reparos a mis consultas.
En la biblioteca Gabriel Miro, cuando se
encontraba en la calle San Fernando, en
el jardín del recinto, junto a la magnífica escultura de José Gutiérrez, “mujer
leyendo”, una mañana en la que me encontraba escribiendo uno de los guiones de “Lasser,
revista oral de la poesía”, vino a mí con un pequeño libro.
En
un apartado me lo entregó y me dijo: “Léelo, léelo tranquilamente, son los
poemas “prohibidos” de Miguel. Miguel Hernández. No se lo dejes a nadie y me lo
devuelves”.
Y
tuve el honor de leer el libro, con avidez, con respeto, con la devoción con la
que un enamorado lee las cartas de su novia.
Con la emoción de quien era consciente de que, más allá de aquel recinto
de cultura, en la calle, la libertad era una utopía.
Y,
aquellos poemas, eran de un poeta maldito. Prohibido, aquel libro lleno de
dolor; dolor de pasión rota; dolor de hombre vapuleado; dolor escrito en sus
palabras y que no disimulaban el resentimiento
de alguien que había sido engañado por unos y por otros. Eran los versos de un
poeta ya rendido.
Observando,
Ramos, la emoción suscitada por su lectura, me dijo a continuación: “Paco, tienes
alma de poeta”.
Y,
con la ilusión del principiante, sintiendo que el destino me había derivado a
la medicina, notando el alma llena de florituras poéticas, me lo creí.
Me da igual que el poeta fuera a ser, en
realidad, un médico geriatra que ejerció su profesión más de cuarenta y dos
años. Su palabra me llegó al corazón y, desde el rincón que el alma había
reservado para el poeta, le tome la palabra.
Vicente
Ramos fue un gran valedor de la juventud, de la juventud creadora. Desde su posición
como profesor de Filosofía, o desde el Instituto de Estudios Alicantinos, o desde
su despacho en la Biblioteca Gabriel Miró.
Y
hablo hoy, como si lo hiciera el joven de hace cincuenta años.
De
manera que, si repaso mis “relaciones” culturales, las de entonces, la mayoría
pasan por Vicente Ramos.
Fue
el profesor Ramos quien me presentó, en el acto homenaje que el Instituto de
Estudios Alicantinos ofreció a Azorín, en Monóvar, un 20 de mayo de 1973, al
célebre poeta José García Nieto.
En
aquel acto, el joven Mas-Magro, leyó una comunicación: “Una nota muy breve en
la vida de Azorin”, junto a personas de la importancia de José Ferrándiz
Casares, Miguel Martínez Mena, Manuel Ruiz-Funez, Adrián Espí, Vicente Mojica o
Manuel Molina.
Gracias
a Vicente Ramos.
Mi
amistad con José A. Cia, emana de Ramos.
Mi conocimiento de la obra de Miguel Signes, proviene de Ramos.
Mi
amistad con Alfredo Gómez Gil, fue en una cena, exprofeso, preparada en su casa
por Manolita Moya, su esposa. Simplemente le había comunicado a Don Vicente mi
interés en hacerle una entrevista para Lasser, revista oral de la poesía.
Lo
cierto es que, en casa de Vicente Ramos, cualquier cosa se transformaba en
cultura. Esa vez, Alfredo fue la excusa. “Te presento a Alfredo Gómez
Gil”. Alfredo, distinguido profesor, había
regresado de los Estados Unidos hacía bien poco,
Aunque,
realmente, a Alfredo lo había conocido por vez primera en la Caja de Ahorros Provincial. Fue en 1972,
donde acudió para presentar “Desde el Arca del
Profeta”, poemario ilustrado por José Antonio Cía.
Y, Lasser. Permitanme que
hable un poco de este “curioso grupo” en palabras de un prestigioso poeta,
EN
1969, Juan de Loxa, era el gran poeta de
Granada.
Juan
de Loxa, amigo, compañero de correrías poéticas por la ciudad de la Alhambra,
era el director de la revista “Poesía 70”, y su gran labor fue implicar, en
aquellos tiempos difíciles para la cultura, a los jóvenes en la poesía y conseguir que llegara a todo el pueblo.
Pues
bien, yo colaboraba en su revista y compartía con él tertulias interminables que comenzaban en Puerta
Real, en la Taberna del Elefante, y acababan en la ribera del Darro. En aquel
tiempo éramos jóvenes y se aguantaba bien el frio de la noche.
Juan
de Loxa me empujó a crear en Alicante un grupo de poesía y una revista. Y así
llegué con el proyecto y creamos, José Ramón Celdrán y yo, la revista de poesía a la que quise
llamar “Lasser”, en memoria de nuestro Miguel Hernández.
Y
fue Radio Popular de Alicante donde fuimos acogidos por mi buen amigo Felix
Parreño, su director.
En
Alicante, corrían diferentes corrientes culturales. Eran, en realidad, influencias político-culturales, otras
fundamentalmente culturales, otras de franca dominancia política.
Y
todo ello en medio de la realidad dominaba por una sola idea, la que se dictaba
desde el poder.
Yo
sentía la necesidad de aunar estas, con el fin de llegar a una fuerza capaz de
hacer sombra al pensamiento único dominante.
Así
que, desde Granada, en las primeras vacaciones que tuve, regresé a Alicante con
mi única obsesión.
Había
jóvenes poetas nacidos del espíritu de la
nueva universidad de Alicante; otros grupos en Elche, en Orihuela y en Alcoy. Otras
personas ya con su prestigio elaborado, como Enrique Cerdán Tato, o Ernesto
Contreras. Y estaban los reconocidos y
situados en la propia cultura: Azuar, Molina, Mojica o Ramos.
Lasser
quiso ser el milagro que pusiera en una sola vía el movimiento cultural. Puesto que en plena dictadura, donde hablar
estaba prohibido, prohibido manifestar las opiniones; TAMBIÉN era una época en
que la cultura era el medio de concienciación popular, vehículo de la libertad,
hubiera sido lógico vencer las diferencias y trabajar juntos, buscando acabar
con la mordaza del sistema, transformando la cultura en progreso.
Y
Lasser nació y creció y, situándose en el
centro del problema, se encontró con el dilema
de entender por qué ciertos grupos, grupos de poesía fundamentalmente, se
posicionaban si no frontalmente, sí lateralmente, contra nuestra manifestación
de vanguardia.
Nosotros
entendíamos que el conocimiento de los grandes maestros de nuestra tierra, el
conocimiento de Miguel Hernández,
idolatrado por todos, debería ser causa de orgullo común y camino único hacia una libertad soñada.
Y
conocíamos bien el trabajo de cada uno de los que estaban en la vanguardia
cultural del momento.
Del
mismo modo que sabíamos que de no ser por Molina, Mojica Azuar o Vicente Ramos,
probablemente Miguel hubiera acabado en una fosa común y su recuerdo, proscrito
entonces, desconocido por jóvenes y viejos en el tiempo.
Y
Lasser, que se manifiesta hernandiano en época tan difícil como absurda, encontró
en Vicente Ramos el apoyo que necesitaba un grupo de poetas jóvenes.
Impulso
y protección necesaria para una idea que, al tiempo, se transformó, con la
incorporación de otros miembros, como el grupo “La Pedrada”, de música popular,
comprometida en las voces de Paco Armengol o Fernando Celdrán, en grupo Lasser
de cultura.
Y
para Lasser, hablar de cultura era, hablar de Manuel Molina, de José Albi, Juan
Ramón Giner, Vicente Mojica, Félix Pillet, o Rafael Azuar, de nuestro querido
Enrique Cerdán Tato, de Mario Martínez o
de Ernesto Contreras… O darle un premio a la jovencita Consuelo Jiménez de
Cisneros, quien ya apuntaba a sus catorce años.
Teníamos
pues claro que no era momento de elevar por encima de nuestras cabezas viejos problemas, y sí de trabajar en las
necesidades, reconociendo las distintas realidades.
Es
difícil olvidar que los momentos de convivencia con el filósofo, historiador, poeta, Vicente Ramos Pérez, siempre fueron ganancias, porque su palabra
contenía notables cargas de enseñanza y era un hombre que con educación educaba.
Así que, Lasser, grupo independiente,
de conciencia liberal, coincidió con el
espíritu liberal y republicano de Vicente Ramos.
Y es necesario recordar el espíritu
que orientaba a Lasser.
Si revisamos el currículo de
aquellos a los que llamé para formar parte de Lasser, la pluralidad ideológica,
política, cultural era absoluta, en el contexto de un régimen autoritario e
intransigente.
Convoqué a comunistas, a socialistas,
a demócratas cristianos, y todos convivíamos por una sola razón: La promoción
de la cultura. La consecución de una
cultura popular única y libre.
La historia está para recordarla y
valorarla en su integridad. Y la memoria histórica ha de servir para juzgar
ecuánimemente y construir valores positivos.
Todo esto, Francisco Moreno Sáez y
Juan Martínez Leal, lo escriben, con coherente neutralidad, en su libro
“Dictadura, desarrollismo y cultura”.
Vicente Ramos, representa, pues, la figura
acogedora e impulsora de nuestras inquietudes culturales. Y de las inquietudes
de cualquier joven deseoso de entrar en el conocimiento de las letras o de la
historia.
Repito, Ramos, acoge con positiva intención el
proyecto de Lasser. Y en Ramos Lasser encontró el consejo y la orientación, que
era lo que el grupo necesitaba y que fue aceptada por todos sus miembros, en su
pluralidad ideológica.
Y
Lasser no fue a más, por aquellas rivalidades.
Recordemos
algo de Lasser.
Ademas
de sus programas de poesía. Además de su humilde revista en papel “Aixará”.
Además de los recitales y actividades culturales extendidas por toda la
provincia, Lasser tuvo otras importantes acciones.
Alicante
debió a Lasser la “I Exposición de Poemas Ilustrados”, abierta el 31 de julio
de 1971, en Tur Social.
Se
logró integrar a 27 poetas de toda índole y condición, desde Vicente Ramos a Vicente Molina Foix, con la
creación ilustrativa de otros tantos pintores de la provincia, desde Carmelo López
de Arce, a Gastón Castelló.
Estamos hablando de la que fue la primera
manifestación de Integración Cultural de nuestra provincia.
La
manifestación se repitió en 1972.
Y
esto se pudo hacer, a pesar del duro boicot elaborado y debidamente servido por
algunos. Y se pudo salvar ésta, la manifestación cultural inédita en Alicante, gracias
a la posición de Vicente Ramos y una carta a un periódico, que me vi obligado a
escribir.
Poco
después, el 21 de agosto, de 1971, Lasser organizó en el Castillo de Santa Bárbara,
algo tan insólito en aquellos momentos como el “I Aplec de la Canço popular al País Valencià”.
A esta reunión fueron invitados los más
importantes cantautores de la comunidad, comprometidos con la libertad.
O
bien, Lasser organizó el “Análisis de la Cultura” en Alicante. En la librería
Laos, en la trastienda, se debatió la necesidad de una cultura democrática, abierta,
normalizada y operante”. Lo escriben en su libro, Moreno Saez y Martinez Leal,
“Dictadura, Desarrollismo y Cultura”, pag. 615.
Y
Vicente Ramos puntualiza en su “Alicante en el franquismo”, tomo II, pag. 360, “….se acordó que fuera el grupo Lasser …/…
menos señalado políticamente, quien impulsara el Análisis”.
Un
claro ejemplo de la intención de un grupo, capaz de sortear las censuras y
promover actos no imaginables en aquellos años de rigidez institucional.
Por
todo lo dicho y por muchas más cosas, por reconocimiento a quien amó a su
tierra como pocos, el que les habla se siente honrado de haber disfrutado de su
amistad.