(Francisco Más Magro lee la ponencia de Emilio Quintana)
Día 23 de marzo 2019
Seminario Homenaje a Vicente Ramos
Vicente Ramos
Pérez, precursor de la enseñanza del español en Suecia y traductor de la poesía
sueca al español en los años 50
Emilio
Quintana Pareja
(Ponencia leída por
Francisco Mas Magro)
La estancia de Vicente Ramos Pérez (Guardamar, 1919 ‑ Alicante,
2011) en Suecia nos ha dejado dos obras de una calidad y originalidad
singulares: la primera es el libro Viaje a Estocolmo (Alicante, Manuel Asín,
1962), que, a mi entender, es uno de los mejores en su género, escritos por un
español sobre estas tierras hiperbóreas, junto con vacaciones en Suecia, del Sr. López Chícheri, una década anterior. De Viaje a Estocolmo se
imprimieron solamente 300 ejemplares (yo tengo
uno), y me parece que sería buena idea volver a publicarlo con unas
cuantas notas que lo pongan en contexto.
Su llegada a
Suecia fue bien curiosa. Vicente
Ramos se había ganado una
merecida reputación como experto en la
vida y obra de Gabriel Miró, cuya casa‑museo dirigía. En el verano de 1957 recibió la
visita de un
grupo de universitarios suecos. Mateo Pastor‑López, que era lector en la Universidad
de Lund, y su mujer Estrid Karlsson (“notable hispanista y querida amiga”, como
la llama), lo invitaron a pasar una temporada dando clases en Estocolmo.
Ramos aterrizó
en Arlanda (su aeropuerto más importante) a principios de
1958 e inmediatamente se puso a dar clases de lengua y literatura
españolas en la Universidad de Estocolmo,
reclamado por el benemérito profesor y romanista Bertil Maler. Una vez
que terminó los cursos regresó a España en junio del mismo año. Sin embargo,
ante la insistencia de sus amigos olmenses
(que así hay que llamar a los habitantes de Estocolmo), aceptó
pasar en
Suecia el curso académico 1958‑1959, ampliando la
docencia con cursos monográficos en el Instituto Iberoamericano, y dando
charlas y conferencias en diversas entidades educativas, como la Borgarskolan,
la Sveriges Radio o la Universidad de Uppsala, a la que lo invitó otra gran
profesora romanista: Carin Fahlin.
Ramos nunca
terminó de sentirse cómodo en
Suecia. Echaba mucho de menos su tierra
alicantina, pero aprovechó como pocos la
estancia para estudiar el país, para escribir y publicar los artículos que
recopila en Viaje a Estocolmo, y para
preparar una excelente antología de Poetas suecos contemporáneos, en
colaboración con Greta Engberg (1922), y
que apareció publicada en la Editorial Adonáis (Madrid, Adonáis, 1960).
Viaje a Estocolmo (1962) se compone de treinta
capítulos, y lleva prólogo de José María Pemán, que estuvo de visita en Suecia
en octubre de 1958, donde coincidió con Ramos, que fue su cicerone. Nos queda
el testimonio de una foto tomada en la zona del puerto, al final de los
Jardines del Rey, con grúa al fondo. El libro no tiene desperdicio. Como
profesor de español en el Instituto Cervantes de Estocolmo siempre me ha
llamado la atención esta observación que aparece en la página 123 del libro, y
que he citado en varias ocasiones, puesto que es muy atinada. Dice Ramos:
Hasta llegar al nivel de una mínima y necesaria
confianza, el ejercicio docente está lleno de dificultades y desesperanzas.
Resulta, en principio, casi imposible establecer diálogo con el alumno,
primero, porque teme cometer alguna falta, y, segundo, porque no se presta ‑así lo
confiesan‑
a ser sujeto de críticas ajenas. Ante estas dos posibilidades, prefiere guardar
silencio.
Recuerdo a un amigo
y compañero, nacido en Castellón, que, recién llegado a Estocolmo, vino a suplicarme que le
sustituyera en sus clases, pues no podía soportar el hermetismo de sus alumnos.
La rigidez de aquéllos con quienes tenía que conversar en español, le desató
una auténtica crisis nerviosa. Le ayudé. Me encargué de aquella clase y, al
poco, tranquilizado, pudo mi amigo reemprender la docencia.
Son palabras simples y honestas, que siguen teniendo
vigencia. Doy fe de ello.
El libro está lleno de momentos brillantes.
Destacaré algunos de los que más me llaman la atención: la visita a Sigfrid
Siwertz, que vivía en la céntrica calle de Birger Jarlsgatan, que le elogia a
Lope de Vega, Cervantes y García Lorca, los párrafos dedicados a la deriva de
la juventud sueca (extraviada en el sexo y el alcohol), en la línea de lo que
varios escritores y cineastas italianos
estaban haciendo en la misma época (basta con recordar el libro y la película “Suecia, Infierno y paraíso”), las páginas
dedicadas a Pemán (“días maravillosos,
jornadas memorables”), o esa parte final del libro en la que se centra en las relaciones hispano‑suecas,
siempre con una observación
afortunada, con una
mirada inédita (paseos con amigos como Carlos Oroz, Joaquín Herráiz, o
Juan Carbonell, pero también con
escritores suecos como Olle Hedberg o Marten Edlund). Joaquín Herráiz, por
ejemplo, que había llegado a Suecia en los años
20, becado por la Institución Libre de Enseñanza y que
se había quedado debido a su matrimonio, organizaba, extravagantes
concursos como el de la “Señorita
Apelsin” (“Miss Naranja”), concursos de
belleza que servían para fomentar el comercio de cítricos hispano‑sueco, y para
pasarlo bien. El libro contiene
semblanzas de hispanistas emblemáticos
como Magnus Mörner, observaciones
sobre la vida diaria, pero también sobre un tema obsesivo en la visión
tradicional de los españoles sobre Suecia: la liberación femenina, la mujer
liberada e independiente.
No quiero extenderme
más. Apenas he esbozado algunas
ideas sobre la inmensa labor intelectual y humana de Vicente Ramos Pérez
en su corta pero intensa estancia sueca. Para mí es un privilegio que se me
haya dado la oportunidad de adherirme a este Homenaje a un hombre que he
descubierto muy lejos de mi tierra natal, pero que sigue siendo una fuente de
sorpresas y de descubrimientos para mí. Agradezco a los organizadores del
Homenaje que me hayan permitido dirigirles estas sucintas palabras.